lunes, 9 de febrero de 2015

PRESUNTA APARICIÓN DE LA VIRGEN MARÍA EN LA BATALLA DE TUCUMÁN




Aparición de la Virgen de la Merced

¿Visión Mariana o ilusión óptica?

  


A Isa, que ama a la Virgen

República Argentina

1812

Contexto

1812 fue un año difícil para el gobierno del Primer Triunvirato de Buenos Aires integrado por Feliciano Chiclana, Manuel de Sarratea y Juan José Pazos, a quienes asistían como secretarios de Guerra, Bernardino Rivadavia; de Gobierno, José Julián Pérez y de Hacienda, Vicente López y Planes.

En lo político, la situación era muy complicada con múltiples conflictos a solucionar tanto en lo interno como con el exterior. Recordemos que por entonces, Argentina (Provincias Unidas del Río de la Plata) no se había independizado de España sino que aún faltaban cuatro años para declarar su dependencia. Por supuesto, España no se quedaba de brazos cruzados y  pretendía, desde Perú, reconquistar el cono sur de Sudamérica. Finalmente la independencia se obtuvo el 9 de Julio de 1816.

Por
Marc Pesaresi


En esos días, había fuertes intenciones de separatismo debido a la errónea política de Fernando VII quien, recuperado el trono, en vez de realizar un gobierno aperturista se dedico a imponer el absolutismo.  (Para saber más, ver Galasso, Norberto: "La declaración de la Independencia tiene un sentido latino americano", clickando aquí ) (1)

En lo social, la gente del país vivía de lo que siempre había vivido. Contrabando y comercio de los frutos del país. En lo geográfico, grandes regiones del país aún estaban bajo el dominio de tribus indómitas o de caudillos regionales.

Un detalle importante: El 9 marzo de este año, llegó a Buenos Aires proveniente desde Londres, un Teniente Coronel que había solicitado la baja del ejército español.  Se llamaba José de San Martín y de inmediato ofreció sus servicios. A la semana; el 16 del corriente; le dieron la orden de crear el regimiento Granaderos a Caballo. Sin embargo, este militar profesional tan importante para la historia nacional, no intervendría en combates hasta un año después.

En junio se descubrió una sublevación a cargo del comerciante vasco Martín de Álzaga (traficante de negros junto a su socio José Martínez de Oz. Click Aquí en Sidoli, 2007) quién había hecho fortuna con el tráfico de negros esclavos, armas y telas a las que contrabandeaba desde diferentes naciones del mundo. Que pretendía Álzaga con su conspiración se discute hoy día. ¿Quiso recuperar para España esta parte de sus dominios? Parece poco probable. España estaba cautiva de Napoleón y no había noticias de ninguna expedición francesa para apoderarse de los territorios americanos.¿Sospechó emancipación y decidió intervenir para evitar la separación? Es lo más probable.

¿Procuraba crear un estado independiente y contemporizar desde el poder político hasta ver el desenlace de la situación en Europa? No parece aunque, como comerciante adinerado, ciertamente era ambicioso y manipulador político. Recordemos que Álzaga en 1809 había protagonizado una asonada o intento de golpe para apoderarse del gobierno. De modo que, como golpista, tenía antecedentes además de torturador. Durante la rebelión del indígena Túpac Amaru II había hecho encarcelar a varios por presunto complot a favor de la causa aborígen y ordenado torturas para conseguir confesiones e implicar en el asunto a algunos ciudadanos de Buenos Aires y alrededores. 

La conjura fue descubierta por el aviso de un negro esclavo llamado Ventura quién se lo comunicó a su propietaria, Valentina Benigna Feijoo, el 2 de julio. A su vez, la mujer de inmediato dio parte al alcalde del barrio de Barracas y este paso el alerta sin demora al gobierno central. Las autoridades reaccionaron muy rápidas y al día siguiente, comenzaron las investigaciones. En la madrugada del 6 de julio es apresado Álzaga quien es ajusticiado pocas horas después sin derecho a un juicio. Junto a Álzaga fue ejecutado el betlemita Fray José de las Ánimas, sacerdote conocido por la sociedad porteña cuya muerte fue considerada indigna por gran parte de la población.

Entretanto, San Martín, Carlos María de Alvear y José Matías Zapiola quienes entre mayo y junio de ese año habían formado una sociedad secreta llamada Logia Lautaro, movilizaban influencias a favor de la causa independentista.  Aún hoy se discute si esta logia fue o no masona. Todo su ritual da la impresión que sí. Sin embargo, algunos opinan que si bien adoptaron las costumbres y prácticas masonas, no fue una logia masónica sino patriótica con espíritu de "patria grande" al decir de los revisionistas de izquierda como Galasso. (Click aquí). En opinión de Hanglin, fue esta muerte muy injusta. (Click Aquí).

A favor de este parecer se encuentra el historiador masón Martín V. Lazcano quien negó el carácter masón de la logia. Mucho antes, el general Enrique Martínez, amigo de San Martín y miembro de la logia, también había negado que fuera una organización secreta con fines espirituales con intenciones políticas sino directamente política. El fin de la misma era independizar toda las Américas de Europa.Lo que si se sabe, es que podían integrarla masones, no masones e incluso, los eclesiásticos.

Su propósito, sin duda alguna, era conseguir la independencia de los estados americanos bajo tutela de la corona española. Es posible que Álzaga tuviera noticias de estos asuntos y quisiera impedir la pérdida definitiva de los territorios españoles de Sudamérica. Pero la falta de documentación por el momento,  impide certezas.

Éxodo jujeño y Belgrano “el imperdonable”

Entre tanto, el norte se había perdido frente al avance de las tropas realistas. La región del Alto Perú, el Altiplano de la actual nación hermana de Bolivia,  desde la derrota de la batalla de Huaqui en la que el porteño Juan José Castelli no pudo hacer frente a las tropas del realista  Pío Tristán quien lo superó en táctica y experiencia militar, estaba bajo control  del Virreynato del Perú fiel a España y con sede en Lima.

El Ejército del Norte, en manos del General porteño Manuel Belgrano luego del relevo de los jefes vencidos, diezmado y sin abastecimientos, estaba a punto de ser aniquilado. Fue entonces que el 23 de agosto el gobierno de Buenos Aires ordenó la retirada de toda la población de Jujuy junto con el ejército, a la que se sumaron salteños y tarijeños, hacia el centro de la actual Argentina –específicamente a la provincia de Córdoba- en un repliegue que hoy se conoce como el Éxodo Jujeño.

Civiles y militares marcharon hacia el sur, arrasando a su paso todo lo que pudiera dar cobijo o ser útil a los realistas. Fue una medida extrema nunca vista antes, en esta parte del mundo. La misma táctica habían utilizado los rusos cuando Napoleón invadió ese inmenso país.

Cuando los españoles por fin arribaron a Jujuy, hallaron la ciudad solitaria y sin habitantes. Estaba desierta, totalmente despoblada aún de animales. Los españoles no solo se sorprendieron sino que consideraron bárbara la actitud. De hecho, Pío Tristán se lamentó por carta a su superior Goyeneche  escribiendo “Belgrano es imperdonable”.

El General Belgrano, no obstante las órdenes recibidas, al pasar por Salta decidió no seguir bajando hacia las tierras centrales. Desobedeciendo, se propuso resistir en la ciudad de Tucumán. Enterado el Triunvirato de la determinación de Belgrano de esperar la invasión española en Tucumán, se mostró en desacuerdo y continuó insistiendo en retroceder hasta Córdoba. Sin embargo, se sabe hoy,  solo dos miembros del gobierno tripartito estaban de acuerdo en que Belgrano siguiera replegándose. El restante se negó firmemente a las decisiones de sus compañeros ya que pensaba a igual que Belgrano, que seguir bajando, se corría el riesgo de entregar todo al enemigo.

En este contexto fue cuando aconteció la batalla donde presuntamente apareció la Virgen de las Mercedes, combate que involucró al ejército de las Provincias Unidas del Río de la Plata –hoy Argentina- contra las tropas del Virrey de Perú que intentaban recuperar el control de los territorios declarados en rebeldía.

La víspera de las hostilidades

El plan español diseñado por la estrategia del realista Juan Manuel de Goyeneche era atacar en un movimiento de pinzas la ciudad de Buenos Aires y acabar con la rebeldía. Por un lado, las fuerzas alto peruanas de Tristán invadiendo por el norte.  Entre tanto, desde Uruguay, conocido como la Banda Oriental, las fuerzas de Gaspar de Vigodet con el auxilio de los portugueses de Diego de Souza completarían la pinza que buscaba arrancar de raíz los intentos de autonomía atacando por el noreste.  La situación para los patriotas era delicada. 

Belgrano -conciente del peligro- recurrió a un ardid para terminar de convencer a los tucumanos de la necesidad de prestar ayuda al ejército bajo su mando. Cuando estuvo cerca de la ciudad de Tucumán, encaró el camino hacia la provincia vecina de Santiago del Estero dando la impresión a los locales, que dejaba abandonado a su suerte a todo el territorio. Los tucumanos, que habían prestado apoyo a los patriotras desde principio de la campaña al Alto Perú, evaluaron como nefasta la llegada de tropas realistas las cuales -sin duda- aplicarían algún tipo de venganza. De modo que decidieron conservar al ejército de Buenos Aires a toda costa en la ciudad.

El truco de Belgrano dio resultado y se vió refrendado por un triunfo inexperado. El 3 de septiembre hubo un encuentro entre la retaguardia  patriota al mando de Díaz Vélez y dos columnas realistas comandadas por el Coronel Huici. El ahora llamado combate de Las Piedras fue favorable a los patriotas quedando como resultado de la acción varios muertos realistas, una veintena de prisioneros y el propio jefe enemigo apresado.

Enterado Belgrano del triunfo que trajo un repunte de la moral, ordenó a Juan Ramón Balcarce marchar como correo hacia la ciudad de Tucumán -cuya ciudadanía estaba con ánimos de resistir la presencia española- con órdenes de reclutar y entrenar en la medida de lo posible un cuerpo de caballería de gauchos o milicianos locales; simultáneamente, envió algunas cartas solicitando ayuda y exponiendo a la vez  los riesgos que implicaba abandonar esa parte del país a los realistas, a la rica y poderosa familia Aráoz -dos de cuyos integrantes- Eustoquio Díaz Vélez y Gregorio Aráoz de La Madrid prestaban servicios bajo su mando, uno  como mayor general o segundo jefe y el otro, como teniente.

Los Aráoz ni bien leyeron las misivas dispusieron todo su poder político, económico y social a favor de la causa patriota de modo que, al entrar en  Tucumán el 13 de septiembre, Belgrano encontró a Balcarce con 400 hombres -sin uniformes y armados sólo con lanzas, pero bien organizados— y a la ciudad dispuesta a ofrecerle apoyo.

Conciente que tenía en el lugar asistencia, pidió un poco más. Garantizó que se quedaría a cuidar la ciudad y dar batalla allí mismo si los lugareños le aportaban 1.500 hombres de caballería y 20 000 pesos plata para la tropa, cantidades que los tucumanos no solo consideraron razonable sino incluso poca, ya que se ofrecieron duplicarla.

Los principales vecinos tucumanos fueron los encargados en alistar gentes, también sumaron caballadas y proporcionaron alimentos para los soldados y medicinas para los que estaban enfermos. Se carnearon grandes cantidades de ganado y se distribuyó la carne junto con ropas y objetos de uso cotidiano entre combatientes y civiles que habían llegado acompañando al ejército luego del éxodo. Incluso llegaron algunas partidas de las provincias aledañas de Catamarca y Santiago del Estero con el propósito de sumarse a la defensa.

Mientras tanto, el ejército realista avanzaba con dificultad, al no hallar en el terreno arrasado medios o instalaciones para cobijarse o reaprovisionarse; partidas de gauchos organizadas por Díaz Vélez los hostigaban constantemente. Eran los comienzos de lo que luego se conocería como la temible caballería gaucha y que en la actualidad, persisten, bajo el nombre  histórico de “los infernales de Güemes”.   El 23 de septiembre las partidas de descubierta o reconocimiento avistaron a los españoles a 4 leguas (20 kilómetros) de distancia, en un paraje llamado Nogales marchando hacia Tucumán.

Concientes del peligro, los patriotas dispusieron lo mejor de sí para enfrentar un peligro mayor. La población hizo acopio de alimentos y aguas porque se pensó que habría de resistir un asedio, se adecuaron algunos sitios para servir en la asistencia a los heridos, se arreo el ganado que estaba en la ruta de los realistas y se evacuaron los pobladores de las áreas peligrosas; la voz de alarma recorrió toda la región cercaba a la ciudad.


Génesis de una visión
De la Virgen María

Belgrano era un católico practicante y religioso. En divergencia con los anteriores mandos del Ejército del Norte – de ideas racionalistas y anticlericales tomadas de la Revolución Francesa- quienes durante la primera expedición armada al Alto Perú en 1810 habían cometido toda suerte de tropelías que ofendieron a una población profundamente impregnada de misticismo católico, fue conciente que, sin el apoyo de la religiosidad, sus pretensiones de triunfo se verían dificultadas. De modo que procuró donde estuvo él y sus tropas, no solo alentar la fe católica sino además obligar a que se la respete.

El día de la batalla era también el día de la Virgen de las Mercedes de la cuál era devoto. Amaneció rezándole y con él, muchas de las tropas. De modo que, desde el comienzo, los soldados fueron mentalizados con un espíritu religioso importante. A diferencia de muchos de sus oficiales, impregnados del racionalismo, atendía las necesidades espirituales de los soldados los cuales provenían casi todos, se las capas más humildes de la sociedad de entonces. Supersticiosos a todo lo aparentemente sobrenatural, Belgrano pronto contagió su fe a los muchachos alistados que venían de padecer desamparos y amarguras, sed y hambre, enfermedades y pobrezas.

La batalla
 24 de septiembre de 1812
"Humo, langostas y polvadera"

Amaneció despejado ese día según algunos informes. Otros dicen que había "mucho viento". Horas previas, las partidas de reconocimiento informaron que Tristán lejos de invadir la ciudad, la dejó a su izquierda, mientras costeaba una ciénaga llamada Marlopa. Sospechando que el jefe español buscaba la retaguardia, Belgrano dio órdenes de seguir las tropas españolas a distancia prudente para no ser vistos. Finalmente en el sudoeste de la ciudad, en el campo de las carreras, Tristán hace el movimiento que Belgrano había previsto.

Dobla a su izquierda y busca entrar por detrás al ejército patriota. Sin embargo, se llevó la sorpresa de su vida cuando su ejército topa imprevistamente con el patriota. Belgrano lo estaba esperando con sus efectivos formados, la caballería en dos grupos y la infantería, en cuatro columnas según recuerda el General José María Paz, combatiente en la jornada.

Tristán ordenó formar y prepararse para el combate. En eso estaban sus soldados, cuando la artillería patriota comenzó a hacer fuego impactando en las filas de los combatientes realistas. Sin embargo, las explosiones no amilana a los invasores; por el contrario, se da orden a la carga y los patriotas fueron acometidos a la bayoneta con tanto ímpetu que el choque entre ambas fuerzas fue espectacular.

La caballería gaucha, entretanto, haciendo resonar sus guardamontes y lanza remolineó unos mintuos para luego; en ristre; proceder a cargar con tanta fuerza que arrolló la caballería enemiga. Esta, superada, se batio en retirada llevándose por delante cuadros de tropas propias. Así estaba el combate cuando de pronto, el estampido de un cañonazo asusta al caballo de Belgrano y lo derriba por tierra. Las tropas al verlo caer temieron lo peor. Que una bala certera había impactado en su cuerpo. Pero, para alivios de todo, el General se repone del golpe y regresa a la acción.

Lamentablemente el triunfo de la caballería gaucha pudo ser mayor a no ser porque los gauchos encontraron un convoy de abastecimientos realista y al descubrir que había dinero, se dedicaron al pillaje. No eran soldados regulares estos hombres, sino gentes de campo que entraban al combate utilizando una táctica que hoy se conoce como montonera y entrevero y carecían 

La manga de langostas

En eso que principia el combate, aparece como enviada por la providencia del Señor, una manga de langostas que ensombreció el campo de batalla. Estos insectos que procuraban eludir el ventarrón que barría el campo de batalla, sumados a la humaredas de los campos incendiados para crear humo y dificultar la visión realista de los acontecimientos, más la polvadera que levantaban bestias y seres humanos en el fragor de la lucha, creo tanta  confusión que pronto la visión quedo reducida al terreno que se pisaba. 

Entre tanto,  en el sector donde estaba Belgrano y su estado mayor, la batalla iba mal y las tropas españolas de infantería gracias a su mejor adiestramiento y disciplina, lograron desorganizar a los patriotas. Según rememora el general José María Paz, fue tanta la fuerza del avance realista que los patriotas se dispersaron tanto, que el mismo general Belgrano terminó en el fragor del combate, alejado del centro de la acción. Comenzó entonces unas series de refriegas donde el valor personal aunado a la mejor picardía garantizaba el triunfo. Y aquí es donde la suerte o la ayuda divina como veremos más adelante, inclinó la balanza para el lado argentino.

Quizás fue mejor que el ejército español se disgregara lo mismo que el patriota, porque de haberse mantenido el combate a la europea, seguramente se hubiera perdido la batalla. Era en la montonera –una forma particular de luchar que tenían los argentinos de esa época- donde el gaucho y sus comandantes eran excelentes  y fue así como se peleó en Tucumán. 

Los oficiales del ejército patriota viendo que su general estaba incapacitado por las distancias para ordenar las maniobras, tomaron la iniciativa y por su cuenta, organizaron nuevos combates y escaramuzas. Fue así que el mayor general Eustaquio Díaz Vélez logró alcanzar  al interior de la ciudad de Tucumán y atrincherarse a la espera de novedades del campo de batalla mientras, otros patriotas, lograron apoderarse del equipaje y de todo el parque (municiones, provisiones y caudales) del enemigo.

Entre tanto, de lado español, Pío Tristán se dio cuenta que estaba dueño del campo de batalla pero sin tener idea de donde estaban peleando la mayor parte de sus soldados. Aún así consiguió mantener algunas tropas y decidió marchar hacia la ciudad a ver si la podía tomar. Pero llego tarde. Los patriotas ya estaban allí esperándolo. Cuando intimó rendición a los patriotas allí atrincherados, estos se mantuvieron impertérritos sabiendo que el español no tenía ni municiones.

Mientras todo esto sucedia, Belgrano entre tanto, trató  de organizar los cuadros sin mucho éxito. Vivió horas amargas mientras esperaba novedades y según algunos testigos de la acción, mientras permaneció en incertidumbre se lo notó triste y silencioso. No fué hasta el día siguiente que se dio cuenta que era vencedor. Para ese momento, las tropas alto peruanas lograron moverse con cautela y comenzaron a replegarse  hacia el norte abandonando la acción. Belgrano dispuso a Díaz Vélez que persiguiera al enemigo tratando de provocarle mayor cantidad de bajas posible. El subalterno obedeció marchando a hostigar la retirada enemiga durante casi un mes.

La visión celestial

Esta batalla si bien tuvo importancia en lo político y militar, no deja de ser curioso el hecho que tuvo implicancias sobrenaturales, como otrora tuviera Constantino el Grande en Puente Milvio o Loyola camino a Roma. Belgrano en su fe católica, no dejó nunca de imponer la religiosidad a las tropas. Quiso el destino que momentos antes de la batalla, hubiera un prodigio en los cielos, según narran las memorias que detallan los momentos del día.

En 1964 la Academia Nacional de Historia de Argentina publicó Memoria del militar don Juan Pardo de Zela, quien entonces era oficial del ejército patriota, el cuál dejó registro de lo que se observó en los cielos ese mismo día. Escribe Pardo de Zela: “Formó el ejército en línea de batalla con un horizonte despejado y limpio de nubes. En esto una pequeña nube se descubre en el cielo en figura piramidal, sostenida por una base que parecía sostener una efigie de la imagen de Nuestra Señora. Era día en que se celebraba la fiesta de Nuestra Señora de la Merced; y cada soldado creyó ver en la indicada nube la redentora de sus fatigas y privaciones; cuya ilusión aumentándose progresivamente, daba más fortaleza a nuestra pequeña línea ya enfrentada con la del enemigo”. (Boletín de la Academia Nacional de Historia; 36; 1ª sección; 406; Bs. As., 1964, citado por Cayetano Bruno en Historia Argentina; Editorial Don Bosco; Bs. As.; Arg.; 1977; P.p. 304 y 305).

¿Acaso se diese una ilusión óptica? 

Se pregunta el historiador y sacerdote católico Cayetano Bruno. Recordemos que el avance patriota, contra toda lógica, había sido sorprendente y demoledor. Muchos de los soldados, inspirados por la visión en el cielo, tomaron coraje y se lanzaron a la lucha sabiendo que el triunfo sería patriota antes de comenzar la batalla.

Hubo otros testigos que dejaron constancia del portento, además de Pardo de Zela. Doña Felipa Zavaleta de Corvalán, por ejemplo, en sus Recuerdos Familiares refiere que la visión de la presunta Virgen en los cielos fue vista incluso por los españoles. “Los mismos prisioneros enemigos decían que a la hora de la acción en la línea del ejército tucumano, vieron  una Señora vestida de blanco, y que les batía el manto sobre los militares. Se cree que esta Señora fue nuestra Madre de las Mercedes (Datos recopilados por Joaquín Tula en Discursos y escritos conmemorativos).

Marcelino de la Rosa, un curioso de la época, enterado que la Virgen se había aparecido quiso saber más. De modo que fue en busca de los protagonistas y comenzó a indagar. En sus Tradiciones Históricas escribe: “Fue debido en su mayor parte a un cúmulo de hechos providenciales, y no a combinaciones militares (el triunfo patriota) por lo que el pueblo lo atribuyó a milagro de la Virgen de Mercedes, porque tuvo lugar el día de su festividad”.

Que algo raro hubo en los cielos ese día no parece haber duda, en tanto y en cuanto el racional y poco afecto a las ideas religiosas como Bernardo de Monteagudo, dice el padre Cayetano Bruno, no tuvo otra que reconocer intervención divina en asuntos puramente terrenales. Tal es así que el 29 de octubre de 1812 mientras disertaba en la Sociedad Patriótica y Literaria de Buenos Aires, admitió que la victoria de Tucumán más que al ingenio y pericia de los hombres, se debía a “una especial providencia del Eterno”.

Belgrano capitalizó de inmediato el fervor supersticioso del pueblo que anteriores expediciones no habían sabido hacerlo. Organizó una serie de reconocimientos destinados a acrecentar el pensamiento religioso y dotar de convicción sobrenatural a los soldados. Un buen modo de incrementar motivación, recurso que aún hoy día apelan no pocos generales.

Ordenó acuñar una medalla conmemorativa que decía en anverso y reverso “Victoria del 24 de setiembre  de 1812” y “Tucumán, sepulcro de la Tiranía” además de proclamar a la Virgen de las Mercedes como Generala del Ejército del Norte. Los días siguientes a la batalla hubo muchas confesiones, la gente comulgaba, la religiosidad católica estuvo al tope del frenesí espiritual cerrándose los homenajes el domingo 27 de octubre cuando se realizó una multitudinaria procesión en la cual el mismo Belgrano deposito el bastón de mando en la imagen de la Virgen el cual se conserva hasta el día de la fecha.

Conclusión

¿Qué vieron los soldados en el día de la batalla? No sabemos con certeza. Que fuera un evento natural atribuido por los soldados y testigos a causa sobrenaturales, seguramente. Pero no parece haber duda alguna que los soldados de ambos bandos vieron algo en los cielos con “semejanza” a mujer. ¿Qué pudo ser?

El escéptico podrá argumentar que, en momentos de gran tensión y nerviosismo, las tropas fueron víctimas de una pareidolia o bien, hubo algún fenómeno atmosférico inusual que motivó creencias populares. Hubo además, suficiente exaltación de los espíritus. Belgrano con sus continuos rezos contagió misticismo, la plaga de langostas que llegó en un momento por demás llamativo al inicio del combate, la humareda de campos prendidos fuego a propósito que se incrementó con vientos fuertes, polvaderal y toda la locura que experimentan los hombres cuando se están matando en lo que se llama campo del honor.

Curioso el dato que aporta Pardo de Zela quien afirma, como testigo del hecho, que al momento de principiar la batalla los cielos estaban limpios a excepción de “una pequeña nube”. Pero esto fue al comienzo del combate. Llamativo resulta que el General Paz, racional y metódico, participante en el combate, no mencione en sus memorias ninguna aparición de la Virgen en los cielos "batiendo" manto sobre las tropas.

Los católicos practicantes podrán afirmar, que en verdad se apareció la Virgen de las Mercedes y otros, con ideas diferentes, que fue un ovni o bien, todo no es más que un invento del pensamiento mágico de esos días, donde el miedo atenazaba gargantas y compungía corazones.

No faltará el suspicaz que argumentará que todo el relato no es sino, invención literaria sacra a la que acostumbra el clero editar, para hacer aparecer a las potencias celestiales como interviniendo en los asuntos del hombre en forma visible y prodigiosa. El lector decide que versión prefiere más.

Bibliografía consultada

Bruno; Cayetano: Historia Argentina; Editorial Don Bosco; Buenos Aires; Argentina; 1977.
Bruno; Cayetano: La Virgen Generala. Estudio Documental; Ediciones Didascalia; Santa Fe; Argentina.

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